miércoles, 20 de junio de 2007

Oda a los No-lugares

Fox populi

El día que desaparecí


El día que desaparecí...
El día que desaparecí había luna llena
La recuerdo allí colgada, como una llaga en la piel de una ballena
La recuerdo, hinchada como un pez globo, con su acné de mil asteroides
Y en su regazo, mil trescientas quince estrellas,
(mil trescientas quince bocas hambrientas)

El día que desaparecí, había luna llena
y su refeljo se ahogaba en un mar de plasma,
polizón tras la cortina,
(surcando la superficie del templado mar catódico)

El día que desaparecí el salon bailaba en azules
y las sombras asomaban su cabeza como topos de feria
Y su ajuar de mil amantes volvía a los baúles
El día que desaparecíla noche se quedaba soltera

Murano


Era Pollock hecho pared
y en sus dedos el musgo bailaba colores
Era granito y años
Y picapedreros asustados

Era mañanas de formol
embalsamadas en algodones
Eran adoquines mojados
Entre los dedos de los charcos

Era cielo hecho virutas
por las lenguas de mil gatos
Era el viento, y los balcones,
de su concierto palcos

Era de plomo su sonrisa
y su plateada sien de raso
era toda ojos vidriosos,
la envidia de Murano

Era de arena y cristales
de algún reloj ajado
vestida siempre de sepia
incluso en las tardes de verano

Era de arena en la orilla
y de lluvia su regazo
Era de arena en la orilla
y de lluvia su regazo

El hilo

Lemniscata

Balada nº4


Somos vidas fotocopiadas, hojas garabateadas de blanco y negro.
Nacer, crecer, estudiar, buscar trabajo. Oír siempre las mismas
palabras, vivir siempre las mismas experiencias. Despertar cada
mañana bajo el cielo oscuro de la madrugada, vivir cada día bajo
el cielo gris de la ciudad, que se confunde con el asfalto en el
horizonte, teñido de humo, hinchado de sal. Somos carne enlatada,
un número en una estadística, una esquela en un periódico. Vidas
grises en un mundo gris, demasiado cegados por la televisión a color.
Somos hijos de un dios por satélite, suficientemente libres para
conocer la libertad, suficientemente atemorizados para no desearla.
Cubículos de oficina, estanterías de supermercado, vidas cuadradas
en un mundo redondo. Vivir, trabajar, ser un ciudadano modelo.
Somos esclavos a tiempo parcial, voces ahogadas por el tumulto del
tráfico. Estrellas fugaces en un cielo de invierno, tan
insignificantes en el frío de la noche. Somos hormigas danzando al
son de los látigos. Ciudad, amargo hormiguero. Adoramos a la reina
de las hormigas, llamada dinero.

Odio despertar cada noche de un paraíso que llamo sueños para descubrir
que soy tan gris como la ciudad, tan gris como este triste cielo.